Así lo encontré. Acostado en el sillón del corredor de su humilde vivienda. Eran las 9 y media de la mañana de un Martes de Marzo. Un día caluroso…esos donde la bulla de las chicharras se mezcla con el bochorno de la mañana, ingredientes perfectos para tomarse una siesta a media mañana.
Sentado en la banca del corredor, Reiner repasa las alegrías y tristezas de vida.
Apenas sintió que alguien lo estaba viendo, sus ojos se empezaron a abrir muy lentamente. Desde los adentros de la casa, el grito desgarrador de un carajillo lo terminó de despertar. Méndez, Méndez, lo busca un señor! De un brinco Reiner se puso de pie y viéndome a los ojos me preguntó, ¿Qué se le ofrece? Le dije que si sabía quién era yo. El me miró de nuevo, ahora más pausado y como excavando en su memoria. Se rascó la cabeza sin quitarse el sombrero y me dijo, pues no sé, pero se me parece conocido. Yo le dije que había venido a conversar con él sobre su oficio, el de sobador. El contento me dice claro que sí y que ya él estaba acostumbrado a esas cosas y con media sonrisa en la boca me cuenta que un día la gente de Informe 11 había andado por ahí también en lo mismo.
Reiner es hijo de Eloi Méndez y Bienvenida Carvajal y nació el 3 de Marzo de 1944. Se crió en la famosa cuesta de la Venada, aquel tramo de carretera que parece olvidado por el tiempo y la comunidad. El camino asfaltado pasó de largo, aunque si la cañería lo cruza de arriba a abajo. Sus recuerdos de infancia están llenos de momentos amargos y dulces. La memoria de su madre Bienvenida le trae recuerdos dulces de su niñez y juventud. Jugó mucho fútbol como arquero, pero la mayoría con equipos de San Juan, Alto Villegas y Volio ya que en Concepción no le dieron mucha pelota. Esos tiempos de futbolista los atesora en su corazón y de verás se siente en su verbo que le gustaba practicar el fútbol. Tanto así que orgulloso me muestra las cicatrices de quebraduras que tuvo en sus dos clavículas. Se le vienen a la memoria también las tardes de los Sábados donde se le pasaban los tragos y muchas veces terminaba enfrascado en rudas peleas. Tanto así que una de esas brutales riñas le dejó 11 cicatrices que le marcaron su vida para siempre.
Su sentido aventurero lo sacó de Concepción a muy corta edad. Se fue a vivir allá por los años 1960´s a la zona de Río Frío, Sarapiquí donde trabajó 7 años en Finca 10, en la bananera. Del trabajo en la bananera le quedan duros recuerdos que sólo parecen amargarle la conversación. Hace poco el famoso juicio por contaminación con agroquímicos contra las bananeras terminó y le tocaron 7 millones de colones de los cuáles sólo le llegaron 1.3 millones porque el resto se los dejó el abogado. Esos mismos agroquímicos quizás fueron los que no le permitieron procrear con su difunta esposa Mireya Solórzano.
Estando en las bananeras conoció e hizo amistad con mucha genta, incluidos indígenas de Talamanca que lo enseñaron a sobar, arte que hoy día lo hace uno de las personajes más famosos de Concepción y San Ramón. Reiner dice que soba desde el año 1973 y estima que le ha ayudado a más de 5000 personas. Aunque son tantas las caras y lesiones que han pasado por sus ojos y sus manos, Reiner recuerda que uno de los casos más complicados de sobar fue el de Isidoro Solís de Laguna de Zarcero. Este señor vino varias veces en silla de ruedas por problemas con el nervio ciático hasta que finalmente Reiner lo pudo ayudar. Otro caso especial fue Alejandro Morales a quién lo embistió una vaca y le lesionó un pie y una mano. Por sus manos han pasado ricos, pobres, engreídos, humildes, extranjeros, políticos, religiosos, niños, viejos, viejas, creyentes, y no creyentes. Los movimientos empíricos de sus manos y la fe de sus pacientes se han convertido en milagros, de eso no hay duda.
Reiner nunca fue rico ni nunca lo será, eso dice él. Ahora sobre sus espaldas hay una familia que vive en su casa. Él no tiene muy claro porque ellos están ahí pero parece ser que es el subproducto de una relación amorosa que tuvo recientemente. A estas alturas de la su vida, a él le viene bien la compañía, así que las almas de más en la casa no está tan mal. Mientras tanto él seguirá soñando con viajar, pasarla bien, y en el camino ayudarle a aquel lesionado que lo viene a buscar para que le alivie el dolor.