Nano Fallas, un forjador de acero

nano y lalaEl 4 de Julio cumplirá 85 años. En su memoria aun revolotean vigorosamente los recuerdos de un tiempo que parece muy lejano. Sentados en el corredor de su casa, los carros que pasan al frente interrumpen la conversación por la cercanía con la calle. Adentro de la casa dos de sus hijas, un yerno y una nuera se enfrascan en una conversación cotidiana con mucha energía. Hay pausas desde adentro de vez en cuando, tratando de escuchar mis preguntas. Sentado en el escaño del corredor al lado de su esposa Lala Méndez, Nano viste el tradicional vestido campesino que ya muy poco se ve. Sombrero de lona, camisa ancha, pantalón de mezclilla y un delantal que evoca una época que ya no existe. De contextura fina, cara larga, y manos tostadas por el sol, a sus casi 85 años Nano aun se mantiene activo, en forma y siempre encuentra que hacer. En su memoria reinan los recuerdos de su padre Ricardo Fallas Valverde pero tiene poco que decir de sus abuelos paternos Isidoro Fallas (1843-) y Matías de Jesús Valverde (casaron en 1888). Después de quedarse pensativo y callado por unos segundos, sus ojos nublados parecen volverse cristalinos y profundos cuando de repente encuentra en su memoria los recuerdos de las faenas que tanto vivió al lado de su hermano Juan Fallas. Sus 62 años de casado con Lala están llenos de momentos gratos y parece que fue ayer que se envalentonó para pedir la mano de Lala a Ramón Méndez.

Ricardo Fallas Valverde y su esposa Angelina Varela Quesada, padres de Nano Fallas. Crédito de la Foto: Damaris Quesada Varela.

Nano recuerda con claridad que su padre Ricardo Fallas Valverde (1893-) vivía en los Angeles de San Ramón con su familia. Cuando Ricardo Fallas se casó con Angelina Varela Quesada en 1916, se mudó a Concepción donde poco a poco se fueron estableciendo como una de las familias pioneras del sector sur del distrito al lado de los Quesada, Solórzano, Jiménez y Morera. Ricardo Fallas llegó a Concepción en los tiempos en que un terreno se cambiaba por una chancha para comerla. Parecía ser que la tierra le estorbaba a la gente y de pronto aparecían negocios de locura. En una ocasión Ricardo compró un terreno de 25 manzanas en la Balsa por 2050 colones que luego Ricardo Fallas se lo heredó a su hija Isolina. La primera casa que tuvo Ricardo Fallas la hizo el mismo. Nano recuerda que era una casa fea y mal hecha. Con el tiempo, Ricardo Fallas botó la casa vieja y contrató a Augusto Quesada para hacer su nueva casa, ahí mismo donde estaba la vieja. La nueva casa era de madera, con un saguán en el centro y cuartos a los lados. De cielo raso alto y acabados sencillos pero elegantes y muy parecida a la casa del finado Fel Solórzano que también fue construida por Augusto Quesada. Aunque el futuro de Ricardo Fallas estaba en Concepción, él continuaba sembrando frijoles en los Ángeles, donde muchas veces tenía que pasar el río Barranca a nado. En la memoria de Nano sobresale la figura de su padre Ricardo Fallas y poco menciona de su madre Angelina, aunque si recuerda que el padre de Angelina era Ramón Varela. Nano recuerda con dificultad el nombre de sus hermanos y saca cuentas una y otra vez con cierta congoja. Al final del recuento son 10 nombres que le vienen a la memoria: Hernán, Nano, Moncho, Miguel, Luz, Anita, Chela, Juan, Isolina, y María.

Aunque Nano compartió su infancia con un grupo grande de hermanos, parece ser que sus memorias las dominan Juan y Moncho. Nano y Moncho iban juntos a la escuela que estaba improvisada en la casa de Manuel “Lico” Quesada en Chaparral. La casa era grande, de madera y ventilada. Estas características la hacían apropiada para usarla como escuela. Nano recuerda que a Moncho le gustaba comer corazones de piñuelas y Nano cree que por eso Moncho tenía ojos grandes y orejas largas, así que la esposa de Lico, doña Perfecta “Berta” Alpízar le daba sopas de leche a Moncho a ver si le mejoraba la apariencia. Nano hizo la primera comunión a los 9 años en la ermita que había donde hoy está la escuela Mercedes Quesada Quesada.

Nano recuerda con cierta nostalgia sus tiempos de adolescente. Eran tiempos difíciles donde la producción de café no solía ser lo que era hoy. Ricardo Fallas y sus hijos apenas lograban coger 10 cajuelas al día ya que el café no se apodaba y era muy difícil bajar las ramas. Había sepas o matas que tenían más de 25 ramas y eran casi árboles. Igual no se quitaba la sombra y los enormes árboles de sombra se convertían en condominios de zopilotes que dejaban cubiertas las matas de café en sus cuitas hediondas y blancas. En una ocasión Nano se reveló y decidió apodar una parte del cafetal a escondidas de Ricardo Fallas. Juan le contó a Ricardo que Nano le estaba cortando el café. Ricardo le pidió energéticamente a Nano que le tenía que pagar el café que supuestamente había echado a perder. Nano le respondió que él no tenía nada, que no podía pagar, que se esperara a ver que pasaba. Dos años después sucedió el milagro. La sección podada produjo una cantidad significativamente mayor de café y entonces Ricardo entendió que había que podar para elevar el rendimiento. Así se empezó a podar y lograr que los rendimientos incrementaran, gracias a la rebeldía de Nano.

La molida se caña de azúcar era nada fácil. Antes que Ricardo Fallas tuviera su propio trapiche, él y sus hijos rentaban el trapiche de Lico Quesada. Ricardo le exigía a sus hijos Nano y Juan que molieran por las noches, empezando a las 10 pm, para darle campo a otros vecinos que también tenían que moler. Ricardo Fallas les dejaba lista la carbura a Juan y Nano para pudieran agarrar los bueyes y hacer la molida. Nano recién casado pasaba antes de las 10 de la noche por Juan que estaba soltero y Juan no le gustaba ir y se excusaba que apenas estaba rezando para acostarse. Mientras Juan se levantaba, Nano se iba al bajo con la ayuda de la carbura a agarrar los bueyes. Solían ir terminando la molida por ahí de las 11 de la mañana después de producir dos tareas, unos 40 atados en total. A esa hora y sin haber pegado un ojo en toda la noche, se iban para el bajo a ayudarle a Ricardo a arrancar frijoles. Igualmente, alistar la leña no era nada fácil. Había mucho palo de Chaperno, una madera de hilo cruzado que es casi imposible de rajar. Nano y Juan no les parecía importar y botaban árboles grandes a punta de golpe de hacha. Ya en el suelo les volaban duro y a punta de sudor, pujidos, y persistencia los picaban en pequeños pedazos de leña. En una ocasión un Chaperno rindió para llenar siete carretas de bueyes, de esas con sobrecajón.

Cuando se decidió noviar con Lala, Nano le solicitó permiso al padre de Lala, Ramón Méndez. Lala y su familia vivían en Volio. Ramón Méndez le dijo muy claro a Nano que tenía 8 meses para decidir si se casaba o terminaba la relación con Lala. Eran tiempos en que los novios no se tocaban ni una uña. A los 7 meses Nano le pidió a Ramón Méndez la mano de Lala y fijaron la fecha para la boda. Se casaron un día común y corriente a las 6 de la mañana. Los barreales y dificultad de llegar a la iglesia de San Ramón eran tantos que Nano se quedó a dormir en la casa de Lela Lobo y Lala en la casa de Elvís Morales. Los únicos que fueron a la boda fueron Ronulfo Quesada, Anita Fallas y Carlos Méndez, hermano de Lala. Al final de la boda, Nano se fue a alistar frijoles y Lala se fue a la casa de sus padres a hacer oficio. Se vieron de nuevo por la noche. No hubo ninguna celebración excepto por el picadillo que hizo Angelina Varela, la madre de Nano. Mucho menos hubo viaje de luna de miel. Nano y Lala vivieron primero donde está hoy la casa de Guito Fallas, ahí mismo donde Ricardo tenía el trapiche. Recién casados las noches eran frías, así que los sacos de gangoche eran ideales para calentarse hasta el día que en el puro amorío se vino un temblor y la pareja de recién casados se vino al suelo del susto y la tribulación. Amanecieron en el suelo. Nano no le gustaba mucho ese primer sitio para vivir. Las pudriciones de bagazo del trapiche de Ricardo Fallas sólo servían como criaderos de bichos, hasta que Nano se artó de regar insecticida y decidieron mudarse a donde hoy viven. En total Nano y Lala tuvieron 15 hijos, de los cuales tres fallecieron a muy corta edad.

Es injusto tratar de plasmar en tan corto artículo el valor, caballerosidad, carisma, honestidad, humildad y amor por la vida de tan ilustre persona. Nano Fallas es una fuente infinita de historias tristes y alegres. Sus hijos y nietos son afortunados de contar aun con él y cruzó los dedos para que permanezca en este mundo muchos años más. Nano Fallas es uno de los forjadores del distrito que merecen ser reconocidos y recordados con todos los honores posibles. Me siento afortunado de que él me recuerde con cariño y que me abriera las puertas de su casa y su memoria.

Notas:

  • Isidoro Fallas, el abuelo de Nano Fallas, era hijo natural de María Ambrosía Fallas según registros parroquiales del día de su boda con Matías Valverde en 1888. En la misma acta se indica que Isidoro tenía 40 años y que era viudo cuando se casó con Matías.
  • En la misma acta de matrimonio se indica que los padres de Matías eran Juan Gregorio Valverde y Juliana Mora.

1888. Acta de matrimonio de Isidor Fallas con Matías Valverde.